Iba con mucha
expectativa a la oficina del agente discográfico más importante de
la zona. En la entrada me crucé con un hombre mayor que me chocó y
me maldijo murmurando con odio varios monosílabos. La recepción
estaba vacía. Una secretaria con aspecto vago y corriente alternaba
la mirada entre el reloj de pared y la ventana como un viejo
ventilador sin aspas.
“¡Rodríguez!
¡Pase!” sonó el grito del agente desde el interior de alguna
puerta. Me paré y la secretaria solo se limitó a seguirme con sus
ojos, en silencio. Cuando estaba por entrar a la oficina ella bajó
su cabeza meneándola como diciendo “no”.
“Rodríguez….¿cómo
le va? Sepa usted que si logró llegar hasta acá, es gracias a sus
contactos. Cuento con su total discreción y sé que usted no me va a
fallar. Siéntese hombre que ya cantamos el himno. El tiempo es oro y
necesito saber si trajo el dinero acordado. ¿lo trajo no?”
Estaba por contestar
cuando volvió a la carga “Usted sabrá que en este medio, saber
nadar entre tiburones es la diferencia entre el éxito y ser devorado
por el tiempo. Ustedes los artistas vienen por un sueño pero en el
fondo son tan miserables como cualquier usurero. Al principio cantan,
bailan, pintan y escriben con el alma, pero poco a poco se van
pudriendo en esta rueda eterna de la ambición por llegar a algún
lado. Son capaces de todo por un segundo de gloria.”
Estaba por pararme y
salir de ahí corriendo , pero en el fondo el agente tenía razón.
Alguien me garantizó que por diez mil dólares, me daba una canción
escrita que se iba a volver un éxito. Tenía una suerte de sexto
sentido para ello.
“Rodríguez, no es
momento para ponerse orgulloso y digno. Si llegó hasta acá es
porque usted es un gusano sin talento desesperado porque alguien le
de una mano ¿Me equivoco? Sabe que no. Vamos abreviando que tengo un
negocio que cerrar en cinco o diez minutos, y si a usted no le
interesa lo que le propongo, le pido que no me haga perder más
tiempo. ¿Trajo el dinero o no?”
Metí la mano en el
saco y saqué un sobre color madera con el importe de una pequeña
casa en las afueras, o un mini estudio de grabación.
El agente sacó una
hoja de papel A4 de un cajón del escritorio.
Vista a trasluz
tenía un breve escrito que no llegaba a veinte renglones. Diezmil
dólares por un papel con veinte líneas. El cerebro se debatía y el
agente sentenció: “A ver Rodriguez, no me gusta la gente que duda
de mí, pero como me cae simpático o me hace acordar a mí en los
comienzos, le voy a dar una muestra de fe. Por mil dólares, le dejo
leer la mitad de la canción. ¿Le parece? Y me estoy arriesgando
mucho.”
Mil dólares, si la
primera mitad era genial le pagaba el resto y cerraba el trato y si
no era tan genial, me las podría arreglar para completar el resto o
usarla como base de algo. Así que saqué del sobre mil y se los puse
en el escritorio. El agente los guardó y cortó desprolijamente la
hoja en dos. Me dio la primer parte y el guardó la otra porción en
el cajón del escritorio. Con mucha ansiedad di vuelta el papel y leí
diez líneas sin sentido. No tenían una idea central, no aludían a
nada, eran como palabras puestas al azar sin ningún sentido. La
sangre se me fue a la cabeza y miré al agente con un odio
irracional. Me había arrebatado mil dólares de la manera más fácil
posible. En lugar de reirse, me miró serio y me preguntó “¿Y?
¿Qué le parece Rodríguez? ¿Tenemos un trato?”
“Usted es un hijo
de mil putas ¿sabe? Y yo soy un pelotudo que se dejó cagar por una
manga de estafadores. Esta mierda que tengo en la mano no vale ni
diez centavos y usted me robó mil dólares. Empeñé hasta lo último
que tenía, pedí un préstamo y todo para esta porquería. Le voy a
mandar a la policía cínico de mierda. Lo voy a hacer bosta. Lo
juro. “
Me estaba yendo con
el corazón a punto de estallarme en el pecho cuando la voz del
agente dijo: “¡Rodríguez! ¡Usted acaba de cruzar una linea que
nadie nunca cruzó! Me amenazó, y eso le va a costar el anonimato
para siempre, NUNCA va a triunfar, ni siquiera por asomo. Váyase ya
y olvídese del asunto. Acá tiene sus mil dólares de mierda. Le van
a hacer más falta a usted que a mí. “.
Junté el dinero
mirándolo con odio pero con la sensación de haber salido sin perder
nada más que tiempo.
Llegando a la puerta
me dijo calmado “Seguramente usted se cruzó con un viejo a la
salida del edificio. Se veía exactamente como usted hace un rato ¿me
equivoco?”
Me detuve y tuve la
sensación que iba a revelarme algo que se me había pasado por alto.
“A ese tipo, lo
tuve como usted acá , en esta oficina, hace más o menos cinco años.
Igual que usted, agarró la letra de la canción y la rompió en mil
pedazos, pero a diferencia de su actitud cagona y maleducada saltó
el escritorio y me agarró a golpes. Después tomó su dinero y salió
por esa misma puerta. Lo iba a mandar a matar o algo peor, pero me
dio asco gastar mi dinero y esfuerzo en torcer algo que nunca iba a
resultar. Volví a armar la canción y entró un joven buscando fama.
Me ayudó y más por lástima que por agradecimiento le regalé los
papeles mal pegados. Miró la letra y cuando volvió a encontrar mis
ojos, le dije – confiá pibe, parece una boludez pero va a andar,
confiá. Y el joven salió para su casa. Le costó cuatro años
decidirse a grabarla. Y no me equivoqué. La canción se llama
-Despacito-“.
Se me aflojaron las
rodillas. “¿Podemos hablar de nuevo? Le pido disculpas.”
“¡Tomátelas!
¡Andate antes que te haga cagar a tiros boludo!” gritó y
empujándome violentamente me tiró lejos de su oficina para cerrarla
para siempre.